LA SOGA
Samuel caminaba sin pensarlo hacia el
lugar de su muerte. Aquella mañana lo
había decidido. Así que
agarró la soga que guardaba en el armario de su garaje y
la enroscó
dentro de una mochila roja. Sin agua, sin comida, sin nada. Sólo una soga. Una soga gruesa y peluda, rubia como
la tierra seca y polvorienta que ahora pisaba, rodeado de campos en barbecho y
trigo chamuscado; en espacios abiertos al infinito que el sol amarillo del
verano se encargaba de quemar lentamente.
Mientras sus pasos se dibujaban sobre
la tierra por última
vez, en su mente escribía una
carta imaginaria, con la ilusión
subconsciente de que alguien la leyera. La carta que se había olvidado de escribir. Mientras, el aire, a
contracorriente, le lijaba los pómulos
y agotaba sus fuerzas:
“Mi nombre es Samuel, y soy un asesino”.
Recordaba entonces la súplica que
había hecho tantas veces a un Dios del que
nunca supo, mientras rogaba para sí …. “Dime el camino….
Rebusca en tu
interior como una máquina demoledora;
como un
buscador empedernido que no cesa;
como un robot
trituradora…
Busca entre los
recuerdos y el subconsciente la respuesta…
Busca la
experiencia que requieren mis pasos anodinos,
y busca en tu
raíz la memoria del momento en que erré el camino,
en que torcí la senda;
el momento en
que la condena sobrevino a mi espalda
y el tiempo
martilleando
sobre ella
me sacó del destino
afortunado,
para llevarme
por oscuras sendas,
por recovecos
sombríos y escarpados,
donde todo es
oscuro,
donde el tiempo
corre gris y desalmado,
donde el
infierno habita rodeado de ángeles sin forma,
donde yo lucho
día y noche por sacar la cabeza de las cenagales aguas;
para seguir
luchando.
Busca alma mía entre las
sombras el rayo de luz que las diluya para siempre;
que arrastre la
melancolía como el agua las
impurezas;
que vuelva a
ser yo mismo,
sin dudas y sin
tristeza alguna” …Y se decía, convencido y
reconfortado mientras caminaba:
“Sé
lo que pasó. Lo oí una noche con apenas cinco años. Vi
las sombras de mis padres, alargadas por la luna contra el suelo del patio. Oí el susurrar histérico de sus voces, los
aspavientos exagerados de aquellas siluetas magníficas y negras que se agitaban como marionetas. Lo
vi todo tras aquellas sombras. Vi cómo mi
padre la empujó al frío pavimento.
Después oí aquel
rasguear suave, aquel susurro rápido y
repentino, mientras una serpiente oscura y peluda envolvía su cuello…... A los pocos segundos giró su rostro y pude ver cómo se
apagó igual que una media luna negra.
Pero no hice nada.
Sólo oí gemidos. Gemidos y después silencio. El silencio
de la muerte.
Ella tampoco le quería”.
…Samuel entonces tragó saliva, pero le supo al aire polvoriento. Ojeó las agujas blancas de su reloj de acero. Eran las tres
y veinte. Cuarenta minutos para llegar al único
roble que ensombrecía
aquel camino.
El aire despertó en una oleada nueva, abrasándole los muslos hinchados.
La brisa seguía engordando cada vez más, como una melodía que le escoltaba. A veces más suave, otras más
intensa; adoptaba timbres y colores diferentes, disfrazándose en gemidos, rugidos, o gritos calientes que
parecían desgarradores…..y que se hicieron más nítidos
a medida que Samuel avanzaba con sus pesadas botas de montaña. De pronto algo le hizo sobresaltarse. Agudizó el oído:
-¡¡Socorroooo!!...¡¡ayudaaaaaaaaaaa!!....
Dio dos vueltas sobre sí mismo confundido, sin saber si aquello era
producto de su imaginación.
Anduvo hacia delante con paso ligero unos segundos. Paró. Silencio. El viento volvió a enroscarse en torno suyo empolvándole hasta el rostro.
-¡¡Ayuda por favor!!....¡¡estoy atrapada!!.
Bajó la
vista al suelo, y avanzó un par de zancadas. Entonces, mirando al suelo, abrió los ojos como nunca en su vida. Una poza negra y
estrecha se hundía
delante de él, en medio del camino. En lo hondo, entre las palmas de dos manos abiertas
y húmedas, unos ojos semicerrados trataban de
identificarle venciendo la luz del sol. Era una mujer. Samuel lo dedujo al
distinguir en la semioscuridad su largo cabello rubio y los pequeños labios agrietados que le sonreían con ansiedad.
Samuel analizó la situación fríamente. No habría más de dos metros de distancia entre las manos
extendidas y el borde de aquel pozo
improvisado, posiblemente una trampa para animales.
Desabrochó la cremallera de su mochila y saco la soga. Era lo
suficientemente gruesa. Le pasó uno
de los cabos a aquella desconocida y le pidió que
se rodease la cintura y la entrepierna
con ella. La extraña
obedeció, con
sus manos débiles y ansiosas. Samuel agarró ambos
cabos, se alejó unos
pasos hasta tensar bien la cuerda, y tiró con fuerza hacia arriba y hacia atrás, mientras ella apoyaba las piernas contra la
pared del hoyo y trataba de escalar con los dos brazos.
Aunque la tez de Samuel se hinchaba
enrojecida por el esfuerzo y el calor, la de ella parecía cada vez más pálida y fría. El
viento exhalaba sus gemidos hacia no se qué montañas lejanísimas cuando
de aquel útero
abierto en la tierra asomó a
duras penas medio cuerpo. Se recostó en el suelo desesperada, buscando el asidero de la
vida, amarrada al cordón con
las piernas encogidas todavía.
Samuel se acercó y
arrastró aquel cuerpo tembloroso y flaco sujetándolo
bajo las axilas. En cuanto se vio a salvo, la muchacha comenzó a sollozar, encogida sobre la tierra caliente.
Samuel la agarró con delicadeza de los hombros buscando su mirada,
buscando que le hablase, buscando conocerla, buscando darle todo el amor del
mundo que tenía
guardado.
Cuando se sentó en el suelo junto a ella, mientras observaba sus
labios secos y sus dientes blancos, se percató de que un reguero salado mojaba sus mejillas. Y observó en los ojos de ella los suyos propios, aquellos
con los que nació y con
los que miró al
mundo, y a los que el mundo por primera vez miraba, y lo hacía apasionadamente, lleno de agradecimiento.
-¡¡Muchas gracias!!.
- No pasa nada. Soy Samuel.
- Tengo sed..¿tienes agua?. Soy Eva.
-No, no tengo. Pero vamos al pueblo que
está a dos pasos bajando este camino. ¡Estas salvada
chiquilla!.
Ella le sonrió con los ojos empapados.
-¡¡Muchísimas gracias de verdad!!..¡¡llevo casi un día entero aquí!!...¡¡creí que me moría!!...Mi
pueblo está a diez minutos. Mi familia estará preocupada.
Samuel revisó su reloj: las cuatro de la tarde. Dirigió la vista al frente. Ahí estaba. Un roble inmenso y solitario. Se quedó observándolo
un instante. Parecía ser
amigable. Parecía
decirle adiós agitando
sus ramas, deseándole
la mejor de las suertes.
Pero sintió cierto apuro ante la invitación de Eva, pero ella adivinándolo en su rostro repuso- ¡Tiene que saber todo el mundo que me has
salvado la vida!.... ¡ya no creas que voy a dejarte escapar!, ¿eh?.
-Tú sí que me has salvado a mí.
-¿Yo???...si
te he arruinado el paseo.
Samuel añadió:.
- Precisamente por eso.
Aquel roble todavía existe. La frondosidad de sus ramas sorprende a
todo el que se cruza en su camino. Los lugareños dicen que en las tardes y noches de viento, junto
a él se oyen inquietantes gemidos femeninos, llenos de angustia. Dicen que los
lamentos no descansan, y que su efecto es maléfico e irresistible para las
almas tristes, que no pueden evitar precipitarse hacia el vacío de la muerte cuando los oyen.
Nadie sabe dónde reposan los restos de la madre de Samuel. Pero
él sí lo supo siempre, desde que la oyó llorar aquella tarde de viento, buscando remediar
su soledad y vengar su muerte, desde las raíces mismas
de aquel roble milenario.
Thailand