viernes, 29 de marzo de 2013


 
LA SOGA

Samuel caminaba sin pensarlo hacia el lugar de su muerte. Aquella mañana lo había decidido. Así que agarró la soga que guardaba en el armario de su garaje y la enroscó dentro de una mochila roja. Sin agua, sin comida, sin nada. Sólo una soga. Una soga gruesa y peluda, rubia como la tierra seca y polvorienta que ahora pisaba, rodeado de campos en barbecho y trigo chamuscado; en espacios abiertos al infinito que el sol amarillo del verano se encargaba de quemar lentamente.

Mientras sus pasos se dibujaban sobre la tierra por última vez, en su mente escribía una carta imaginaria, con la ilusión subconsciente de que alguien la leyera. La carta que se había olvidado de escribir. Mientras, el aire, a contracorriente, le lijaba los pómulos y agotaba sus fuerzas:

“Mi nombre es Samuel, y soy un asesino”. Recordaba entonces la súplica que había hecho tantas veces a un Dios del que nunca supo, mientras rogaba para sí …. “Dime el camino….

Rebusca en tu interior como una máquina demoledora;

como un buscador empedernido que no cesa;

como un robot trituradora…

Busca entre los recuerdos y el subconsciente la respuesta…

Busca la experiencia que requieren mis pasos anodinos,

y busca en tu raíz la memoria del momento en que erré el camino,

en que torcí la senda;

el momento en que la condena sobrevino a mi espalda

y el tiempo

martilleando sobre ella

me sacó del destino afortunado,

para llevarme por oscuras sendas,

por recovecos sombríos y escarpados,

donde todo es oscuro,

donde el tiempo corre gris y desalmado,

donde el infierno habita rodeado de ángeles sin forma,

donde yo lucho día y noche por sacar la cabeza de las cenagales aguas;

para seguir luchando.

 

Busca alma mía entre las sombras el rayo de luz que las diluya para siempre;

que arrastre la melancolía como el agua las impurezas;

que vuelva a ser yo mismo,

sin dudas y sin tristeza alguna” …Y se decía, convencido y reconfortado mientras caminaba:

 “Sé lo que pasó. Lo oí una noche con apenas cinco años. Vi las sombras de mis padres, alargadas por la luna contra el suelo del patio. Oí el susurrar histérico de sus voces, los aspavientos exagerados de aquellas siluetas magníficas y negras que se agitaban como marionetas. Lo vi todo tras aquellas sombras. Vi cómo mi padre la empujó al frío pavimento. Después oí aquel rasguear suave, aquel susurro rápido y repentino, mientras una serpiente oscura y peluda envolvía su cuello…... A los pocos segundos giró su rostro y pude ver cómo se apagó igual que una media luna negra.

Pero no hice nada.

Sólo oí gemidos. Gemidos y después silencio. El silencio de la muerte.

Ella tampoco le quería”.

…Samuel entonces tragó saliva, pero le supo al aire polvoriento. Ojeó las agujas blancas de su reloj de acero. Eran las tres y veinte. Cuarenta minutos para llegar al único roble que ensombrecía aquel camino.

El aire despertó en una oleada nueva, abrasándole los muslos hinchados.

La brisa seguía engordando cada vez más, como una melodía que le escoltaba. A veces más suave, otras más intensa; adoptaba timbres y colores diferentes, disfrazándose en gemidos, rugidos, o gritos calientes que parecían desgarradores…..y que se hicieron más nítidos a medida que Samuel avanzaba con sus pesadas botas de montaña. De pronto algo le hizo sobresaltarse. Agudizó el oído:

-¡¡Socorroooo!!...¡¡ayudaaaaaaaaaaa!!....

Dio dos vueltas sobre sí mismo confundido, sin saber si aquello era producto de su imaginación. Anduvo hacia delante con paso ligero unos segundos. Paró. Silencio. El viento volvió a enroscarse en torno suyo empolvándole hasta el rostro.

-¡¡Ayuda por favor!!....¡¡estoy atrapada!!.

Bajó la vista al suelo, y avanzó un par de zancadas. Entonces, mirando al suelo, abrió los ojos como nunca en su vida. Una poza negra y estrecha se hundía delante de él, en medio del camino. En lo hondo, entre las palmas de dos manos abiertas y húmedas, unos ojos semicerrados trataban de identificarle venciendo la luz del sol. Era una mujer. Samuel lo dedujo al distinguir en la semioscuridad su largo cabello rubio y los pequeños labios agrietados que le sonreían con ansiedad.

Samuel analizó la situación fríamente. No habría más de dos metros de distancia entre las manos extendidas y el borde de  aquel pozo improvisado, posiblemente una trampa para animales.

Desabrochó la cremallera de su mochila y saco la soga. Era lo suficientemente gruesa. Le pasó uno de los cabos a aquella desconocida y le pidió que se  rodease la cintura y la entrepierna con ella. La extraña obedeció, con sus manos débiles y ansiosas. Samuel agarró ambos cabos, se alejó unos pasos hasta tensar bien la cuerda,  y tiró con fuerza hacia arriba y hacia atrás, mientras ella apoyaba las piernas contra la pared del hoyo y trataba de escalar con los dos brazos.

Aunque la tez de Samuel se hinchaba enrojecida por el esfuerzo y el calor, la de ella parecía cada vez más pálida y fría. El viento exhalaba sus gemidos hacia no se qué montañas lejanísimas cuando de aquel útero abierto en la tierra asomó a duras penas medio cuerpo. Se recostó en el suelo desesperada, buscando el asidero de la vida, amarrada al cordón con las piernas encogidas todavía. Samuel se acercó y arrastró aquel cuerpo tembloroso y flaco sujetándolo bajo las axilas. En cuanto se vio a salvo, la muchacha comenzó a sollozar, encogida sobre la tierra caliente.

Samuel la agarró con delicadeza de los hombros buscando su mirada, buscando que le hablase, buscando conocerla, buscando darle todo el amor del mundo que tenía guardado.

Cuando se sentó en el suelo junto a ella, mientras observaba sus labios secos y sus dientes blancos, se percató de que un reguero salado mojaba sus mejillas. Y observó en los ojos de ella los suyos propios, aquellos con los que nació y con los que miró al mundo, y a los que el mundo por primera vez miraba, y lo hacía apasionadamente, lleno de agradecimiento.

-¡¡Muchas gracias!!.

- No pasa nada. Soy Samuel.

- Tengo sed..¿tienes agua?. Soy Eva.

-No, no tengo. Pero vamos al pueblo que está a dos pasos bajando este camino. ¡Estas salvada chiquilla!.

Ella le sonrió con los ojos empapados.

-¡¡Muchísimas gracias de verdad!!..¡¡llevo casi un día entero aquí!!...¡¡creí que me moría!!...Mi pueblo está  a diez minutos. Mi familia estará preocupada.

Samuel revisó su reloj: las cuatro de la tarde. Dirigió la vista al frente. Ahí estaba. Un roble inmenso y solitario. Se quedó observándolo un instante. Parecía ser amigable. Parecía decirle adiós agitando sus ramas, deseándole la mejor de las suertes.

Pero sintió cierto apuro ante la invitación de Eva, pero ella adivinándolo en su rostro repuso- ¡Tiene que saber todo el mundo que me has salvado la vida!.... ¡ya no creas que voy a dejarte escapar!, ¿eh?.

-Tú sí que me has salvado a mí.

 -¿Yo???...si te he arruinado el paseo.

Samuel añadió:.

- Precisamente por eso.

Aquel roble todavía existe. La frondosidad de sus ramas sorprende a todo el que se cruza en su camino. Los lugareños dicen que en las tardes y noches de viento, junto a él se oyen inquietantes gemidos femeninos, llenos de angustia. Dicen que los lamentos no descansan, y que su efecto es maléfico e irresistible para las almas tristes, que no pueden evitar precipitarse hacia el vacío de la muerte cuando los oyen.

Nadie sabe dónde reposan los restos de la madre de Samuel. Pero él sí lo supo siempre, desde que la oyó llorar aquella tarde de viento, buscando remediar su soledad y vengar su muerte, desde las raíces mismas de aquel roble milenario.
Thailand
 
Free counter and web stats